domingo, 24 de julio de 2011

L(a) (a) des(a)p(a)recid(a)

«En él vivimos, nos movemos y existimos» (Hechos 17, 28).

Mi Dios sostenido menor:
No sé quién vive dentro de quién: ¿tú dentro de mí o yo dentro de ti? Por siempre me envuelves por externo y por dentro. No te despido, pero siempre te vuelves por externo y por dentro. Si te penetro, te envuelves, y aunque me externe, me envuelves por externo y por dentro. Y siempre que me envuelves, también me revuelves por externo y por dentro. Y bien que me fugue y me proyecte o me siembre, «eppur si muove» por externo y me interno.

domingo, 10 de julio de 2011

Vida

Recostado en tu lecho, te preguntabas si vivías alucinando. El siguiente cuestionario galopó hasta tu pensamiento como pieza de un rito lúdico:
¿Puede una estrella tener miedo a la oscuridad?
¿En qué piensa una gota de lluvia cuando se precipita al vacío?
¿Qué siente una maniquí desnuda, esperando a ser vestida para exhibirse?
¿Padece soledad un cajero automático en las madrugadas?
¿Y si el ayer está delante, y el mañana, detrás?
¿A dónde se escondió lo ya vivido?
¿El océano se sustenta con lágrimas de peces?
¿Y qué tal si la cenicienta hubiera sido lesbiana?
¿Y si el poeta se sometiera al lápiz, en vez de someter al lápiz?
¿En qué nevera guardamos las gotas frías antes de ser sudadas?
¿Por qué no empezamos en la muerte, y culminamos en el nacimiento?
Curioseabas. Sus respuestas no eran de tu interés. Esos interrogantes eran simplemente la excusa para corroborar que, como en los viejos tiempos, diástole y sístole seguían co-laborando. Querías asegurar que a tu cerebro aún «lo poseía la poesía».

domingo, 3 de julio de 2011

Chica ligera de la calle

Desde que se asociaron para abrir su oficina de abogados en un quinto piso, los dos recién graduados han estado esperando clientes, con una secretaria que disipaba el tiempo hojeando revistas rosas. Pero esa mañana, bien temprano, mientras los dos tomaban café y comentaban las noticias del periódico, la secretaria avisó que una señora, sin cita previa, esperaba para ser atendida. Al invitarla a pasar, los dos trataron a la dama con suma cortesía (no siempre se presentaban clientes, y menos con tal belleza). Ella parecía menor de treinta años, vestía ropa bien casual: una blusa ajustada y unos pantalones muy cortos.
«Díganos, señora, ¿en qué la podemos ayudar?».
«Señorita», aclaró ella. «Vine porque me siento mancillada y ustedes me van a ayudar a limpiar mi reputación», dijo sin apartar su mirada de la bocina del radio. «Estoy hastiada de que por boca de todos me llamen “chica ligera de la calle”. Si visto con “ropa ligera” es por lo menesteroso de mi niñez… No juego con la moral de las personas. ¡Exijo una indemnización por daños y perjuicios! No he sido “alegre”… No soy sólo fruto de la imaginación de un misógino».
Aturdidos, los dos escuchaban los reclamos de la extraña, que parecía vivir angustiada dentro de su propia burbuja. (Sospecharon de una posible broma ideada por algún compañero de universidad). Ella vociferaba, insistía en la «necesidad de actuar rápido», pues quedaba «poco tiempo».
En los próximos minutos, la desesperación y la intensidad de los reclamos fueron in crescendo. El pandemónium llegó a su clímax cuando se oyó la voz del locutor por la radio anunciando la canción hit de la semana. La mujer, con histrionismo histérico, ante miradas estupefactas, se arrojó por la barandilla.
Al asomarse los dos y la secretaria, no vieron ningún rastro de la misteriosa dama: parecía haberse esfumado en alguna onda... En el aire sonaba la trova del cantautor:
«Chica ligera de la calle,
cabalgabas la noche, jinetera
de vida alegre, ropa ligera,
¿quién te cubrió cuando te lanzaste?».

domingo, 26 de junio de 2011

Añoranza

Nunca me había topado de frente con mi compañero. Durante años yo apenas llegaba a observar su reflejo; pero estaba seguro de su compañía. Lo sentía vivo y tenía la certeza de que la vida, con él, se veía en otra dimensión. Con el pasar del tiempo, pude sentir el desgaste de mi compañero… Aunque no lo veía, me afectaba enormemente. Al despertarme, luego de un profundo sueño, percibí una sensación de vacío, tan honda, que lloré. Inmensurable fue mi tristeza cuando, en un espejo, vi un hueco en el lugar que ocupaba mi compañero: él fue extirpado a causa de un golpe azaroso. ¡Ni siquiera pude despedirme de él! Ahora, yo, el ojo izquierdo, tendré que ver la vida solo… hasta que él vuelva.

domingo, 19 de junio de 2011

Instalación de pozos

Tan pronto fue abandonado, empezó su manía de cavar un agujero. Concibió un pozo profundo y lo instaló en el medio de la víscera de sus sentimientos. Me dijo que era «por si decide volver… o por si llega alguien nuevo». Lo que nunca me dijo fue si pensaba refrescar con las aguas del pozo a la persona que llegue o, por el contrario, tirarla a lo profundo. Mientras tanto, el agujero sigue allí, hondo, muy hondo… esperando.


domingo, 12 de junio de 2011

El ídolo mudo

Aseguran que subió gateando del cielo a la tierra. Tuvo que aprender la distancia, conocer el tiempo, descubrir la permanencia de los objetos y las personas. Cuando iba a empezar a pronunciar su primer discurso, a un viento-que-juega se le escabulló una ráfaga que llevó sojuzgadas sus palabras-vírgenes hacia un abismo allende el mar. En cada amanecer lo colocan con la boca abierta, de cara al viento, esperando el retorno de ráfaga-prófuga con las palabras en cautiverio. En el ínterin llora, ríe y bosteza. Todavía le acomodan un babero cuando le tributan con suaves manjares.

domingo, 5 de junio de 2011

«Usados»

Una vida de tedio incitó a Roque Fello a husmear en el Mirador de Barranca, en donde cada sábado tiene lugar el mercado de productos de segunda y tercera mano. Allí los pregoneros de artefactos usados se dan cita cantando sus «precios sin parangón». Roque Fello no falta ningún sábado. Unas veces acude en la mañana; otras, en la noche: sabe que las mercancías varían según avanzan las horas.
El modesto apartamento de Roque Fello va acumulando sus compras sabatinas, desde cachivaches hasta objetos de ingeniosas inventivas. Como asiduo comprador del Mirador, ha engrosado un repertorio de mercadería adquirida que abarca:
-Una revista Selecciones de enero del 89 («perdí un dólar: sus artículos no me supieron como antes»).
-Una caricatura enmarcada de Buda jugando ajedrez con Freud, obra en litografía de autor desconocido, tamaño 17 x 22 pulgadas («le da un aire intelectual-filosófico a la sala»).
-Un poncho mapuche («al menos eso dijo el mercader») tejido con hebras de colores cálidos («no me gusta comprar ropa usada, pero el poncho sí porque eso se usa en los sitios donde la gente no suda»).
-Una novela de Agatha Christie con otra hazaña de Poirot, con apuntes manuscritos en sus márgenes («estoy seguro de que son trazos de veinteañera»).
-Un cd de un concierto de Facundo grabado en vivo, casi intacto («buena inversión»).
-Una mochila-paraguas autografiada por su fabricante («¡muy práctico y original!»).
Con cada cosa comprada, Roque Fello hace una dinámica de imaginación, una especie de ritual de siete preguntas: ¿Qué tanto valor tiene? ¿Fue usada en otro país? ¿Cuántos dueños ha tenido? ¿Quién fue su anterior dueño o dueña? ¿Era una persona limpia? ¿Por cuánto tiempo la usó? ¿Por qué se desprendió de ella?
En este momento Roque Fello está con la chica que cohabita con él desde hace dos noches («5 pies, 6 pulgadas, también la conseguí en el Mirador del Barranco»). En este momento Roque Fello está cavilando con sus siete preguntas.

domingo, 29 de mayo de 2011

De abrir y cerrar de ojos

En la última era glacial, una elfina muy niña sacudió a su padre: «¡Tengo frío!». Su papá le pidió abrir su mirada aniñada. Así le entró calor a su cuerpecito. Entonces, su padre, aterido, tiritó de frío. Cerró su mirada adulterada. Así guardó calor en su delirio.

domingo, 22 de mayo de 2011

Trilingüe

¿Recuerdas cómo nos conocimos en la Facultad de Idiomas? Quizás fue por ese exótico rictus en tu sonrisa o el crucifijo naíf colgado en mi cuello... lo cierto es que la confianza mutua no requirió de mucha incubación. Compartimos el deleite por las lenguas, las horas de estudio, los diccionarios, los lápices, los apuntes, las empanadas pedidas a domicilio, los refrescos de uva... Al final del semestre propuse celebrar nuestras excelentes calificaciones. Y tú, saltando los convencionalismos de una sociedad machista, tomaste la iniciativa de sugerir unas vacaciones en Europa los dos juntos, con la excusa de que así practicábamos lo aprendido.
En el primer avión te conté de cómo me había encariñado con mi soledad de 25 años. Tú sólo me enseñabas tu enigmática sonrisa.
Estuvimos bajo el cielo británico. Cuando el Big Ben marcó las 5, tomamos el té ceremonioso, y luego paseamos mano a mano repitiendo una y otra vez nuestra palabra favorita en inglés: «We».
Nuestro segundo destino fue París. En la plaza frente a Notre Dame, con el Sena como testigo, me confesaste tu enamoramiento y, de nuevo por encima de las normas sociales, me propusiste matrimonio. Sobrecogido, te respondí en perfecto francés: «Oui».
Cruzamos los Pirineos y arribamos a Madrid. Aprovechando la multitud en la Puerta del Sol, amparado por el Oso y el Madroño, desaparecí de ti. En buen castellano: «Huí».
A los seis meses conseguí trabajo como camarero en una tasca cerca de Callao en donde frecuentan turistas de habla inglesa y francesa.
Después de 25 años sin saber de ti, mi compañera soledad ya empieza a lastimarme. Lo que más me duele es ignorar si aún muestras tu rictus cada vez que me recuerdas, si es que mantienes memoria de mí...
¿Sabes que la palabra que más me atormenta sigue siendo monosilábica? «¡Uy!».

domingo, 15 de mayo de 2011

Compra-venta

«Disculpe, vengo a venderle un detalle».
«¿Un detalle de qué?».
«Es un detalle independiente: no está supeditado a nada ni a nadie. Un detalle nomás».
«No, gracias».
«Pensé que a usted le agradaban los detalles».
«¿Para qué quiero un detalle de nada ni nadie?».
«Si usted lo adquiere, será suyo, o tal vez prefiera regalárselo a alguien».
«Lo siento; no me interesa».
«En ese caso, ¿le gustaría venderme un instante?».
«¿Un instante de qué?».
«Un instante independiente: un instante nomás».

domingo, 8 de mayo de 2011

Hubo una vez

Con motivo del Día del Niño en Japón y del cumpleaño del pequeño clown, posteo un cuento infantil.

Hubo una vez, hace muchas bisabuelas atrás, en que el sol tiritaba de un inmenso frío, y el hielo vivía sofocado con un calor asfixiante; el viento sentía ganas de vomitar porque se mareaba, y la sombra tenía miedo de la oscuridad; el agua del mar se moría de sed, y el cuento no quería ser leído por nadie. El sol, el hielo, el viento, la sombra, el agua del mar y el cuento decidieron reunirse en la playa Najayo porque el colibrí les había contado que allí habitaba una sabia criatura que podía resolver sus problemas.
Por su temor a la oscuridad, la sombra suplicó que la cita fuera de día. El sol llegó abrigado con siete capas de chaquetas gruesas y tres bufandas tejidas. El hielo llevó su ventilador portátil de alta potencia; pero aun con lo potente que era, no pudo obligar al viento a soplar porque éste estaba verde de sentir náuseas. El agua del mar tenía la lengua fuera, jadeando. Y por supuesto, el cuento llegó a Najayo cerrado y envuelto en plástico.
La sabia criatura, llamada (aquí se coloca el nombre del niño o la niña), acogió a sus seis huéspedes entonando un himno milenario (cada quien pone la melodía) que decía así:

«Si el mono se rasca la peluca
es porque está pensando en maní.
Si el mono se rasca el ombligo
es porque está pensando en mí.
Si el mono se rasca el trasero
es porque está pensando en ti.
Si el mono se rasca el sombrero
es porque está pensando que le pica el sombrero».

La canción provocó unos efectos inesperados:
El sol regaló su frío al hielo, quien a su vez le dio su calor al sol. El viento empezó a bailar alegremente, dando vueltas de acrobacia. La sombra se dio cuenta de que ella misma era hermosamente oscura. El agua del mar se hizo de muchos amigos ríos que generosamente le brindaron sus aguas. Y el cuento... ¡es el que estás leyendo en este momento!

domingo, 1 de mayo de 2011

Alfombra roja

Cada noche suspiraba por desfilar en la alfombra roja, por donde flotaban las estrellas imponiendo sus atuendos de modistos famosos (cuyos nombres omito porque no he pagado por el derecho de mencionarlos en este relato). Cansada de ver que se desmayaban sus oportunidades y sueños, aquel martes, luego de consultar a las otras estrellas, apostó por la decisión: seccionó las venas de sus muñecas. Extendió sus brazos hacia delante, chorreando vida y muerte. Con esa vía enrojecida concibió su pasarela: por fin hizo realidad su desfile fantasioso. Caminó y caminó mirando su destino. Sin llegar a su meta, cumplió su objetivo: se fue de bruces sobre su alfombra roja. No pudo alcanzar su destino porque fue requerida por otro (destino, al fin y al cabo).

domingo, 24 de abril de 2011

Uno más

Disfrazado de paisano, Dios bajó a la feria como uno más. Tomó un cartón de bingo para jugar. Sabía perfectamente cuál cartón iba a ganar, pero prefirió escoger otro. Así, cuando otro paisano gritaba «¡bingo!», el disfrazado sonreía.


Así fue, tal como me lo soñé la otra noche. Feliz Pascua para todas las personas que tienen un paisano a su lado.
Yuan

domingo, 17 de abril de 2011

Ficción de vida, muerte y espejos

Me distraía leyendo en mi mecedora cuando mi bisnieto, curioso, me lanzó una de sus temidas preguntas: «Tata grande, ¿qué es la muerte?».

Aproveché la oportunidad para contagiarle la leyenda: «Cada vez que un ser humano nace, se adentra en un enorme espejo y empieza a caminar. Hay quienes avanzan con un ritmo más veloz que otros; pero para todos, la vida es un camino hacia la salida del espejo. La mayoría de las personas llega a esa puerta de salida después de muchos años. Otros arriban allá a más temprana edad, tal vez porque nacieron cerca de la salida. Una vez atravesada esa puerta, se internan en otro espejo. A eso le llamamos muerte. Sin embargo, existe una manera de volver al primer espejo: siempre que recordamos a las personas que han alcanzado la salida, ellas regresan con nosotros, a nuestras mentes. Viven en lo que llamamos recuerdo, que no es más que otra cara del mismo espejo».

Mi bisnieto me miró como recordando a alguien, y sonrió. Al ver su rostro risueño, caí en la cuenta de que aún no tenía ningún bisnieto: yo apenas estaba criando una hija de nueve meses.

Sólo entonces decidí escribir este cuento que estás leyendo, del cual formamos parte mi bisnieto y yo, dos simples personajes de ficción. ¿Lo leerá algún día mi hija, que no existe más que en la imaginación del autor de este cuento?

domingo, 10 de abril de 2011

Palillos

Sujetado entre cuatro dedos de la diestra, el par arrastraba el arroz desde el cuenco hasta la boca. Uno de los dos se quebró cerca de su extremo puntiagudo. Fue sustituido por otro que también resultó roto. Al siguiente sustituto le sucedió lo mismo. Así unas cuatro veces más: cada palillo nuevo terminaba partido en su primer giro con la yema del índice. Aturdido, el monje se retiró donde su maestro para pedir consejo. «No sustitutos para palillos que se rompen... sino cambiar el palillo que nunca se ha partido», sugirió el anciano. La recomendación del maestro fue acatada por el monje. Al día siguiente todos en el monasterio se sentaron en el suelo, como siempre, para el almuerzo comunitario. Cuando nuestro personaje se dispuso a comer de su tazón de arroz, uno de los palillos nuevos comenzó a rasgarse. A ninguno de los presentes se le ocurrió pensar que no se trataba de cambiar palillos, sino de cambiar uno de los comensales.

domingo, 3 de abril de 2011

El Sol no suele asolearse

Fue en mi turno como guardián de la costa cuando me asombré viendo al Sol que se acercaba. Le interrogué si venía en son de paz. Me respondió que sólo quería aterrizar para bajar a la playa. Le pregunté que para qué. Alegó que deseaba tostarse su piel en la playa porque había oído sobre lo popular que resultaba aquello. Traté de explicarle lo absurdo que sería autobroncearse con sus propios rayos. Creo que lo convencí más o menos: logré que se quedara en el cielo, aunque no sé por cuánto tiempo más. Ahora me invade la sospecha mientras veo el Sol aumentar de tamaño, sobre el mar, en cada crepúsculo.

domingo, 27 de marzo de 2011

Dos

Mañana del sábado. «Mami, tengo dos pesadillas», dice la niña de siete años, acabándose de despertar. La madre aparenta prisa mientras le corrige: «Querrás decir que tuviste una pesadilla». «No, mami, es que tengo dos pesadillas». «Bueno, no me enredes, ya pasó. Luego hablamos, debo salir a trabajar».
La hija piensa que ya no es como antes, cuando entre su madre y ella había complicidad, formando un equipo de dos.
Últimamente, la niña se ha vuelto más soñolienta. Su padre asegura que se debe a que está estudiando hasta tarde. ¿Será?
Tarde del sábado. La niña duerme su siesta. Como siempre, los padres aprovechan para discutir acaloradamente. La mujer se queja de que su matrimonio no es como antes, cuando él y ella formaban un equipo de dos… que la pareja es de dos, no de tres… Reclamos de ella… Contra-reclamos de él. Ella levanta la voz, él levanta el coraje, ambos ven caer su relación.
La madre se da cuenta de los pasos de la niña. Silencio…
«¿Ya te despertaste, mi amor?».
«Sí, pero voy a dormir otra vez... Me gusta más la otra».
«¿La otra qué?».
«Te dije que tengo dos».

domingo, 20 de marzo de 2011

El tiro de gracia

Polvo y lodo es lo que queda de Villa Soledad. Todos los aldeanos la han abandonado, huyendo de la violencia institucional; todos, desde el alcalde hasta el cura. La vieja iglesia de la Virgen de los Dolores aún muestra sus puertas abiertas, acogiendo sólo recuerdos. De vez en cuando la guerrilla pasa a guarecerse adentro. Su comandante es un misterioso hombre barbudo que nunca suelta su fusil ni su libro grueso y gastado.
Ese día, el viento cuaresmal lleva a un agotado pelotón del ejército a rondar por la aldea. Al frente va el coronel, famoso por sus sanguinarias torturas. Emboscada: tres minutos de fuego cruzado. Todos los soldados caen abatidos, sorprendidos por los francotiradores.
Al bajar la polvareda, retorna el silencio. Apenas se oye el gemido del coronel, herido de muerte en las escalinatas del atrio. Suplica: «Por favor, no me dejen morir así, soy católico…». El comandante guerrillero se acerca, se inclina ante el moribundo, diciéndole: «Hoy haré tres favores: un alivio a la patria, un alivio a tu espíritu y un alivio a tu cuerpo». Traza la señal de la cruz: «“Vale por mil un día en tus atrios y prefiero quedarme en el umbral, delante de la casa de mi Dios”. Si quieres morir en gracia, aquí estoy, hijo mío. Ave María purísima…». Sigue un diálogo en susurros, y más tarde… la absolución. Luego de la confesión, un «sacrificio de alabanza», un agudo silbido retumba en la capilla: el tiro de «gracia».

domingo, 13 de marzo de 2011

¿Por qué rías?

He perdido la lógica de mi niñez y no sé cómo reponerla. Durante mi educación primaria, si necesitaba comprar un pastel acudía a la pastelería, y si me daban permiso para un helado, lo encontraba en la heladería; y si un dulce, en la dulcería. Cuando mi comportamiento era por lo menos aceptable según el estándar de mi padre, me llevaban a la juguetería para premiarme con el juguete de moda.
Por la misma época, la tabla rasa de mi mente grabó su propia versión de sentido común: 1) Las personas mayores gozan de privilegios que carecen los menores. 2) Soy un menor. 3) Tengo que convertirme en persona mayor. Con esa sencilla dialéctica, busqué una mayoría para ser mayor. Contra mis pronósticos, la mayoría en la escuela eran menores de edad, con lo que fracasé en mi primer ensayo de pragmatismo.
Quedé aún más en ridículo cuando le expuse a la profesora que debíamos pertenecer a la infantería puesto que éramos infantes. Mis compañeros se rieron de mí, claro, sin lograr entenderme porque yo los superaba en mis teorías (Teo = Dios).
Mi desilusión fue tal que todos en la escuela decían que mi rostro era cada vez menos risueño. Quise buscar ría por si me otorgaba risa, pero mi lógica de impúber razonaba que si ría precedida de perfume (perfumería) es la tienda donde venden perfumes, ría precedida de nada (ría) debería ser el lugar donde venden nada. Concluí que era imposible que ría me devolviera la risa pues no daba nada. (Años después encontré la palabra nadería. Hoy nadaría en cualquier ría con tal de desenredar este rollo).
Entonces me dirigí a alegría en el diccionario. Mi inexperiencia en el manejo de libros voluminosos hizo que, en lugar de alegría, tomara alergia. Me convertí en hipersensible a las palabras: sabía que me enojaría si alguien me hablaba de calorías o de disentería (que nada tenía que ver con decencias).
Con los años abandoné las prácticas filosóficas de mi infancia y llegué a ser dueño de una librería (no pude instalar una factoría, como era mi deseo, porque ignoraba cómo vender factores). Creo que escogí librería porque, en el fondo, quería ser libre y reconciliarme con las palabras. Entre mis habituales clientes está María, toda una maestría en belleza. Con ella he dejado la pedantería y la altanería para enfocarme en la galantería. ¿Me amaría con mis niñerías? He llegado a pensar que la vida de todos mejoraría si, en vez de buscar mejoras dentro de mejorías, nos zambullimos en el mar de mi cliente favorita. Tal vez así recupere mi sabiduría de párvulo... Debería.

domingo, 6 de marzo de 2011

SOS Robinson Crusoe

Inicio el décimo mes de supervivencia en esta isla. Mis dedos ya escriben solos, sin requerir órdenes de controles superiores. Perdí la cuenta de los papelitos escritos, mensajes que he ido depositando en las tripas de botellas confidentes. Sigo arrojándolas para que las solitarias olas las transporten lejos, hacia la vista de alguna persona orillada. La distancia que alcanzan mis lanzamientos es cada vez más corta... ¿debido a la escasez de mis fuerzas internas? La ausencia de respuesta provoca refugiarme en animales exóticos de cuatro, seis, ocho y hasta cien patas, que se reproducen con descaro. Mi barriga, mi encierro y mi cerco aumentan a tal punto que temo ir más allá: estoy sitiado por vidrios rotos. Con todo, no he dejado de descorchar garrafas de vino, y continuo destapando botellas de cerveza en el Midtown de Manhattan.

domingo, 27 de febrero de 2011

«Pensamiento lateral»

Anoche me dormí de costado. Quizás esa fue la razón del extraño sueño. Soñé que me encontraba en una pizzería, y justo cuando ordenaba una porción me di cuenta de que sólo atinaba a ver la pizza de lado, no de frente. Pensé que era por la perspectiva de mi estatura, de modo que me empiné para visualizar; pero desde cualquier ángulo yo sólo veía la pizza de costado. No podía saber si era de pepperoni y picantino o hawaiana con piña. De todas maneras saqué mi billetera para pagar, pero era incapaz de ver los billetes de frente, incluso las monedas se me presentaban de canto.
Me dispuse a montarme en mi carro, acercándome al vehículo por su flanco, como debía ser. El problema era que su puerta, cerrada, por extraño que parezca, estaba de costado, perpendicular al carro. Abandoné la idea de conducir, no sólo porque no pude entrar al carro, también me fijé que nada más veía los automóviles de costado: me era imposible notar los vehículos que venían de frente.
Para colmo, todas las personas estaban de perfil. Unos peatones intentaban verme de frente, pero sus esfuerzos resultaron estériles: irremediablemente yo sólo los podía contemplar de perfil. Entonces me miraban horrorizados como si yo fuera el culpable de su «lateralidad».
A veces me agradaba la idea de observar la gente sólo de perfil. Algunas féminas se tornaban más agraciadas debido a las siluetas sinuosas que se percibían desde esa óptica; pero no podía apreciar si aquélla que me miraba sufría de estrabismo o no.
Tenía que telefonear a mis amigos para contarles el fenómeno, pero por más que traté no pude colocar el celular de frente. Entonces pensé en lo aburrida que sería una vida mirando el televisor, la computadora y el espejo solamente por sus lados.
Agobiado por esa vida «lateralizada», quise refugiarme en mi casa. Todo iba peor: sólo veía mi casa de lado, no era capaz de ver su fachada delantera ni de dar con la puerta frontal. Me quedé fuera de casa, esperando. Saqué un libro de bolsillo para leer y matar el tiempo, pero ¿cómo aprovechar un libro si sólo lo podía mirar por el lomo? Empezó a llover. Las gotas me golpeaban lateralmente...
Hasta aquí lo que pude recordar del sueño. Esta mañana quise contarlo a mi esposa, pero me contuve. Si le hubiera narrado mi sueño, seguro que me habría dicho que eso me pasaba por no asumir las cosas de frente, evitando encarar los problemas, por siempre irme por la tangente y vivir al costado. No quise enfrentar una discusión con ella, por eso vine.
Creo que mi mujer tiene razón: confieso que he pasado por la vida sólo de lado... ¿Cuál fue la penitencia que usted me puso? ¿Empezar a afrontar mis realidades? La próxima vez intentaré confesarme de frente a usted.

domingo, 20 de febrero de 2011

Histeria

Se despertó sobresaltada de su siesta. De casta neurótica, era imposible no volverse histérica oyendo tantos disparos en la calle. «¡Ha estallado la guerra! ¡Y me han dejado sola!». Detonaciones por todas partes: la ciudad envuelta en tumulto total.
Telefonea a Jorge, pero el ruido exterior no le permite distinguir nada del otro lado del auricular. Las explosiones son cada vez más cercanas y fuertes, y su miedo se convierte en terror. Ni se atreve a acercarse a la ventana… ¿Para qué arriesgarse?
Sus manos tiemblan, las lágrimas ruedan, su corazón se descontrola en una mente nublada.
Al fin se asoma una idea: se conecta al noticiario. «¡Hoy se inaugura el carnaval!». Entiende la confusión. Se sienta a reír y llorar. Se calma. Afuera siguen las explosiones. Carnaval.
Decide salir a «botar el golpe». Cuando abre la puerta, alguien le roza el pantalón llamando su atención. Volteándose, se encuentra con un revólver apuntándole a la cara. «¡Bang! ¡Estás muerta!», dijo su vecinito de cuatro años, disfrazado de cowboy, con la fatal «pistolita» que encontró por ahí.

domingo, 13 de febrero de 2011

La otra

Ella y él se conocían desde el Bachillerato. Ella era «la chica más hermosa del mundo», la inalcanzable, la más deseada. Y él era el más admirado, el popular, por quien suspiraban todas las ellas. Él se enamoró de ella y ella lo idolatraba. Hoy, después de tantos años juntos, queriéndose, ella siente que lo está perdiendo por culpa de la otra y no encuentra manera de retenerlo. Él parece abstraído en su otro mundo. «¿Cómo podré explicarle que me he enamorado de otra?», está cavilando ella.

domingo, 6 de febrero de 2011

Hotel de paso

Los sueños habitan el aire. Son como ondas que gustan de vacaciones, y cada cabeza en donde se incrustan es un género de hotel de paso. Los sueños acechan alrededor de todos los colchones del mundo, buscando pernoctar sin permiso en alguna indefensa cabeza. Y si son camas de hotel se corre un riesgo: que un sueño que haya callejeado la víspera en una cabeza de mujer quiera introducirse ahora en una testa masculina. En la última noche de mi primer crucero, por ejemplo, soñé que yo salía en alguna cita idílica con un hombre de apariencia tarahumara (me he familiarizado con esa pinta porque estoy suscrito a una revista de etnografía). En la mañana pedí a mi mujer que me relatara lo que ella había soñado durante la noche. Mi amada negó haber tenido sueño alguno en el crucero. Eso lo explicaba todo: mi sueño fue uno que debió entrar en la cabeza de mi esposa, pero se adentró en mi cerebro por error, quizás porque ese sueño tenía sueño, y ya se sabe cómo se equivoca uno cuando anda cabeceando. Todo resuelto... Sólo me quedó una curiosidad: ¿se habrá mudado algún tarahumara en nuestro vecindario?

domingo, 30 de enero de 2011

Broma en contumacia

Ayer me desperté con maliciosas ganas de hacer «travesuras de grandes ligas». Pronto llegué a las oficinas del periódico de mayor circulación nacional. Pagué por colocar una esquela mortuoria. Yo, amigo de las rebajas, no pude conseguir un precio menor: con la muerte no se regatea. Puse mi nombre en el lugar del difunto; nombres de los deudos: el de mi esposa y los de mis tres hijos; fecha de fallecimiento: el día de ayer. Pasé todo el día con impaciencia disimulada: buscaba apresurar la llegada de hoy para abrir el periódico.
Esta mañana me desperté muy temprano con incontenibles ganas de tomar el periódico. Aguardé a que mi esposa saliera con los niños al colegio, y entonces, en el silencio cómplice de mi alcoba, lo vi: mi anuncio necrológico publicado en tres columnas por dos pulgadas.
Decidí no ir a trabajar, para esperar la reacción de mis colegas. Me cercioré de que el celular estuviera con buena carga y cobertura. ¿Quién será la primera «víctima» de mi broma? ¿Quién llamará para preguntar?
Volaron las horas y nadie llamaba, ni de mi oficina, ni del colegio, ni mi madre, ni siquiera mi propia esposa, envuelta en no sé qué asuntos de su despacho. Empecé a sentirme extraño... ¡Imposible que ninguno de mis conocidos haya leído el periódico!
Llegó la noche y yo seguía solo en casa, con el teléfono mudo, y con una angustia que crecía a pasos de elefante...
En un instante me desperté: con suspirado alivio, me percaté de que sólo era un sueño. ¡Menos mal! Me levanté para contar a mi mujer mi singular broma onírica. Fue cuando me di cuenta de que ella había salido con los niños para el colegio. Solo, pero sin las incontenibles ganas que tenía en el sueño, tomé el periódico de modo rutinario. Entonces lo vi: mi aviso funerario publicado en tres columnas por dos pulgadas.
Pensando que era un segundo sueño, me lavé la cara con agua fría y me senté a pasar el tiempo, para despertarme. Nadie llamó, ni de mi trabajo, ni del colegio, ni siquiera mi esposa. El teléfono nunca sonó. Las horas se arrastraron a pasos de caracol...
Todavía no sé si sigo soñando o es una chanza. Lo cierto es que esta soledad angustiosa me va ganando parcelas. Hace ratos que me muero por marcar el celular de mi mujer, pero por más que lo intento no logro alcanzar mi teléfono.

domingo, 23 de enero de 2011

Dañados

Cuando yo era un niño, mi padre me mandó donde el relojero para que arreglara un reloj dañado, y donde el zapatero para arreglar unos zapatos dañados. Desde entonces lo tenía claro... Hoy he ido a la tienda por departamentos. Pregunté por un florero. Los que estaban disponibles eran de plástico o cerámica, no tenían pinta de saber arreglar mi flor dañada. Decepcionado, fui a sentarme para tomar un café. El gerente del lugar ordenó a un mesero: «Arregla la mesa para que el señor pueda sentarse». Ahí se me despertó la duda: yo, como ingeniero, ¿no debería dedicarme a arreglar ingenios? ¿Y ese camarero por qué no estaba arreglando cámaras?
No pude apreciar el aroma del café que me trajo el caballero (no le pregunté qué tal le iba arreglando caballos), pues me sumergí en unas cavilaciones: «¿Los terroristas contratan a los bomberos para que les enseñen a arreglar bombas dañadas? ¿Para qué son los bucaneros si lo que necesito es un bacanero que arregle a las personas que fueron bacanas y que ya no son? ¿No deberían los prisioneros ser expertos arreglando prisiones? ¿Febrero es el mes que arregla fiebres dañinas o dañadas? ¿Un mal agüero no arregla bien las aguas? ¡Qué desolada sería una sombra dañada sin un sombrero doliente que la arregle!»…
Mientras me disponía para pagar el café, me preguntaba cómo el dinero arreglaba dinas sin necesidad de dinamómetros.
Ya montado en mi carro, encendí la radio. Sonaba una canción de mal gusto, a mi parecer. «Tal vez esa canción tendría arreglo si acudiera al cancionero».
Me detuve frente a un semáforo en rojo. Un mendigo me tocó la ventanilla en actitud suplicante. Hurgué en mi bolsillo y me topé con mi llavero que no portaba llaves dañadas para arreglar. Cuando saqué mi monedero vi que no contenía monedas dañadas. Tuve que darle al pordiosero (¿encargado de arreglar «¡por Dios!»?) un par de monedas no dañadas, de muy poca monta, pues siempre he sido un hombre tacaño y usurero sin saber arreglar la usura. Sólo espero que aquel limosnero pueda arreglar mi limosna dañada.

domingo, 16 de enero de 2011

Siguiendo instrucciones

Después de cruzar varias calles, dobló en la Av. Máximo Gómez. Tenía prisa. Tomando la Gómez como referencia, dobló una esquina tras otra, para colocarse de frente a Paseo de los Locutores. Ahí mismo dio la vuelta por el bulevar Winston Churchill, y enseguida en la John F. Kennedy, como quien va rumbo al Jardín Botánico. Finalmente cortó por Arroyo Hondo, en los alrededores de Camino Chiquito, y dejó al descubierto una parte del Centro Olímpico atravesada por una inconfundible línea recta... Las instrucciones del libro de papiroflexia no resultaron tan confusas: a la vuelta de unos cuantos dobleces, aquel mapa viejo de Santo Domingo quedó transmutado en una refinada pajarita.

domingo, 9 de enero de 2011

Chaused, el vaso de papel

Las copas finas, ésas que se usan en ocasiones especiales para los vinos añejos, habitan los estantes superiores de la cocina. Los vasos desechables, ésos que se usan para las bebidas ordinarias, se amontonan en bolsas en cualquier rincón.
Cuando alguien se siente superior a otro, su mirada —de arriba hacia abajo— se convierte en altanera porque está distorsionada. Así miraban algunas de las copas finas a un vaso de papel que, por descuido, se dejó rodando por el piso de la cocina. Pobre Chaused (así se llamaba aquel vaso): ya había sido usado; pero, rodando olvidado por el suelo, nadie le hacía caso. Sólo las copas superiores lo miraban, con esos ojos de arriba hacia abajo.
Josué, el niño de la casa, celebraba la fiesta de Reyes. Sus padres se tomaron el día para pasar largos ratos jugando con él. Pronto vendrán los amigos de Josué acompañados de sus madres, y algunos, hasta de sus padres. Mientras tanto, Josué jugaba a las escondidas. Corriendo cruzó por la cocina, buscando algún refugio secreto para esconderse. Sin querer, ha pateado a Chaused. Pobre Chaused: nadie parecía percatarse de su presencia; sólo las copas superiores que, viendo cómo fue pateado, no se contenían sus risas.
Josué, intentando encontrar un escondite, volvió a pasar con rapidez por la cocina. Esta vez, su correría le hizo tropezar con el estante de las copas finas. Una de ellas cayó al piso, ante la mirada atónita de las otras copas. Pensaban que iban a presenciar a su compañera quebrarse en pequeños pedazos, pero... ¡sorpresa! ¡La copa cayó justo sobre Chaused, que logró amortiguar el golpe! La copa caída ni siquiera tuvo rasguños. Pobre Chaused: evitar que la copa se rompiera le provocó un gracioso abollado.
Asustado por la repentina caída de la copa, Josué llamó a sus padres. Cuando la mamá vio la copa intacta en el suelo, sabiendo que el vaso había amortiguado el golpe para salvar la copa, sencillamente dijo: «¡Qué bonita sonrisa tiene este vaso! ¡Es justo lo que necesitaba para la fiesta de hoy!».
El padre de Josué recogió la copa y levantó el vaso del suelo... Después de unos retoques, lo que era un gracioso abollado se convirtió en una graciosa sonrisa: Chaused fue transformado en la cabeza de un simpático títere.
Ese día las copas aprendieron alguna lección. Nunca más volvieron a reírse de Chaused; pero eso sí: ahora cuando presencian —desde su palco preferencial— las funciones cómicas del títere Chaused, no pueden contenerse y se ríen con él... y le aplauden chocándose unas con otras.

domingo, 2 de enero de 2011

Copos

La tierra estaba herida. El cielo arrojó algodones para curarla... Nueva York se pinta de blanco.
¿Será que arriba hay un gigante que cada cierto tiempo refresca su cabeza con champú anticaspa?
¿Acaso será polen del cielo capaz de fecundar y engendrar ángeles?
¿Desfilará la Emperatriz Celestial, y los bienaventurados lanzan pétalos albos?
¿O será que el Divino otorga permiso a los ángeles de la paz para jugar una guerra de almohadas y están soltando todas las plumas?
¿O esta ciudad es el rostro de un mimo que cada año, entre otoño y primavera, se maquilla para algunas funciones?
¿Será que en días frígidos se barre la bodega que almacena la harina para los «panes bajados del cielo»?
¿O en invierno también hace frío encima de las nubes y despluman una colosal gallina para un angelical caldo de pollo?
En realidad, ella es la juiciosa catequista bajada para instruirnos: nos impulsa a contemplar el cielo con admiración, sin dejar de mirar el suelo con precaución.