«Díganos, señora, ¿en qué la podemos ayudar?».
«Señorita», aclaró ella. «Vine porque me siento mancillada y ustedes me van a ayudar a limpiar mi reputación», dijo sin apartar su mirada de la bocina del radio. «Estoy hastiada de que por boca de todos me llamen “chica ligera de la calle”. Si visto con “ropa ligera” es por lo menesteroso de mi niñez… No juego con la moral de las personas. ¡Exijo una indemnización por daños y perjuicios! No he sido “alegre”… No soy sólo fruto de la imaginación de un misógino».
Aturdidos, los dos escuchaban los reclamos de la extraña, que parecía vivir angustiada dentro de su propia burbuja. (Sospecharon de una posible broma ideada por algún compañero de universidad). Ella vociferaba, insistía en la «necesidad de actuar rápido», pues quedaba «poco tiempo».
En los próximos minutos, la desesperación y la intensidad de los reclamos fueron in crescendo. El pandemónium llegó a su clímax cuando se oyó la voz del locutor por la radio anunciando la canción hit de la semana. La mujer, con histrionismo histérico, ante miradas estupefactas, se arrojó por la barandilla.
Al asomarse los dos y la secretaria, no vieron ningún rastro de la misteriosa dama: parecía haberse esfumado en alguna onda... En el aire sonaba la trova del cantautor:
«Chica ligera de la calle,
cabalgabas la noche, jinetera
de vida alegre, ropa ligera,
¿quién te cubrió cuando te lanzaste?».
cabalgabas la noche, jinetera
de vida alegre, ropa ligera,
¿quién te cubrió cuando te lanzaste?».
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