domingo, 24 de julio de 2011

L(a) (a) des(a)p(a)recid(a)

«En él vivimos, nos movemos y existimos» (Hechos 17, 28).

Mi Dios sostenido menor:
No sé quién vive dentro de quién: ¿tú dentro de mí o yo dentro de ti? Por siempre me envuelves por externo y por dentro. No te despido, pero siempre te vuelves por externo y por dentro. Si te penetro, te envuelves, y aunque me externe, me envuelves por externo y por dentro. Y siempre que me envuelves, también me revuelves por externo y por dentro. Y bien que me fugue y me proyecte o me siembre, «eppur si muove» por externo y me interno.

domingo, 10 de julio de 2011

Vida

Recostado en tu lecho, te preguntabas si vivías alucinando. El siguiente cuestionario galopó hasta tu pensamiento como pieza de un rito lúdico:
¿Puede una estrella tener miedo a la oscuridad?
¿En qué piensa una gota de lluvia cuando se precipita al vacío?
¿Qué siente una maniquí desnuda, esperando a ser vestida para exhibirse?
¿Padece soledad un cajero automático en las madrugadas?
¿Y si el ayer está delante, y el mañana, detrás?
¿A dónde se escondió lo ya vivido?
¿El océano se sustenta con lágrimas de peces?
¿Y qué tal si la cenicienta hubiera sido lesbiana?
¿Y si el poeta se sometiera al lápiz, en vez de someter al lápiz?
¿En qué nevera guardamos las gotas frías antes de ser sudadas?
¿Por qué no empezamos en la muerte, y culminamos en el nacimiento?
Curioseabas. Sus respuestas no eran de tu interés. Esos interrogantes eran simplemente la excusa para corroborar que, como en los viejos tiempos, diástole y sístole seguían co-laborando. Querías asegurar que a tu cerebro aún «lo poseía la poesía».

domingo, 3 de julio de 2011

Chica ligera de la calle

Desde que se asociaron para abrir su oficina de abogados en un quinto piso, los dos recién graduados han estado esperando clientes, con una secretaria que disipaba el tiempo hojeando revistas rosas. Pero esa mañana, bien temprano, mientras los dos tomaban café y comentaban las noticias del periódico, la secretaria avisó que una señora, sin cita previa, esperaba para ser atendida. Al invitarla a pasar, los dos trataron a la dama con suma cortesía (no siempre se presentaban clientes, y menos con tal belleza). Ella parecía menor de treinta años, vestía ropa bien casual: una blusa ajustada y unos pantalones muy cortos.
«Díganos, señora, ¿en qué la podemos ayudar?».
«Señorita», aclaró ella. «Vine porque me siento mancillada y ustedes me van a ayudar a limpiar mi reputación», dijo sin apartar su mirada de la bocina del radio. «Estoy hastiada de que por boca de todos me llamen “chica ligera de la calle”. Si visto con “ropa ligera” es por lo menesteroso de mi niñez… No juego con la moral de las personas. ¡Exijo una indemnización por daños y perjuicios! No he sido “alegre”… No soy sólo fruto de la imaginación de un misógino».
Aturdidos, los dos escuchaban los reclamos de la extraña, que parecía vivir angustiada dentro de su propia burbuja. (Sospecharon de una posible broma ideada por algún compañero de universidad). Ella vociferaba, insistía en la «necesidad de actuar rápido», pues quedaba «poco tiempo».
En los próximos minutos, la desesperación y la intensidad de los reclamos fueron in crescendo. El pandemónium llegó a su clímax cuando se oyó la voz del locutor por la radio anunciando la canción hit de la semana. La mujer, con histrionismo histérico, ante miradas estupefactas, se arrojó por la barandilla.
Al asomarse los dos y la secretaria, no vieron ningún rastro de la misteriosa dama: parecía haberse esfumado en alguna onda... En el aire sonaba la trova del cantautor:
«Chica ligera de la calle,
cabalgabas la noche, jinetera
de vida alegre, ropa ligera,
¿quién te cubrió cuando te lanzaste?».

domingo, 26 de junio de 2011

Añoranza

Nunca me había topado de frente con mi compañero. Durante años yo apenas llegaba a observar su reflejo; pero estaba seguro de su compañía. Lo sentía vivo y tenía la certeza de que la vida, con él, se veía en otra dimensión. Con el pasar del tiempo, pude sentir el desgaste de mi compañero… Aunque no lo veía, me afectaba enormemente. Al despertarme, luego de un profundo sueño, percibí una sensación de vacío, tan honda, que lloré. Inmensurable fue mi tristeza cuando, en un espejo, vi un hueco en el lugar que ocupaba mi compañero: él fue extirpado a causa de un golpe azaroso. ¡Ni siquiera pude despedirme de él! Ahora, yo, el ojo izquierdo, tendré que ver la vida solo… hasta que él vuelva.

domingo, 19 de junio de 2011

Instalación de pozos

Tan pronto fue abandonado, empezó su manía de cavar un agujero. Concibió un pozo profundo y lo instaló en el medio de la víscera de sus sentimientos. Me dijo que era «por si decide volver… o por si llega alguien nuevo». Lo que nunca me dijo fue si pensaba refrescar con las aguas del pozo a la persona que llegue o, por el contrario, tirarla a lo profundo. Mientras tanto, el agujero sigue allí, hondo, muy hondo… esperando.


domingo, 12 de junio de 2011

El ídolo mudo

Aseguran que subió gateando del cielo a la tierra. Tuvo que aprender la distancia, conocer el tiempo, descubrir la permanencia de los objetos y las personas. Cuando iba a empezar a pronunciar su primer discurso, a un viento-que-juega se le escabulló una ráfaga que llevó sojuzgadas sus palabras-vírgenes hacia un abismo allende el mar. En cada amanecer lo colocan con la boca abierta, de cara al viento, esperando el retorno de ráfaga-prófuga con las palabras en cautiverio. En el ínterin llora, ríe y bosteza. Todavía le acomodan un babero cuando le tributan con suaves manjares.

domingo, 5 de junio de 2011

«Usados»

Una vida de tedio incitó a Roque Fello a husmear en el Mirador de Barranca, en donde cada sábado tiene lugar el mercado de productos de segunda y tercera mano. Allí los pregoneros de artefactos usados se dan cita cantando sus «precios sin parangón». Roque Fello no falta ningún sábado. Unas veces acude en la mañana; otras, en la noche: sabe que las mercancías varían según avanzan las horas.
El modesto apartamento de Roque Fello va acumulando sus compras sabatinas, desde cachivaches hasta objetos de ingeniosas inventivas. Como asiduo comprador del Mirador, ha engrosado un repertorio de mercadería adquirida que abarca:
-Una revista Selecciones de enero del 89 («perdí un dólar: sus artículos no me supieron como antes»).
-Una caricatura enmarcada de Buda jugando ajedrez con Freud, obra en litografía de autor desconocido, tamaño 17 x 22 pulgadas («le da un aire intelectual-filosófico a la sala»).
-Un poncho mapuche («al menos eso dijo el mercader») tejido con hebras de colores cálidos («no me gusta comprar ropa usada, pero el poncho sí porque eso se usa en los sitios donde la gente no suda»).
-Una novela de Agatha Christie con otra hazaña de Poirot, con apuntes manuscritos en sus márgenes («estoy seguro de que son trazos de veinteañera»).
-Un cd de un concierto de Facundo grabado en vivo, casi intacto («buena inversión»).
-Una mochila-paraguas autografiada por su fabricante («¡muy práctico y original!»).
Con cada cosa comprada, Roque Fello hace una dinámica de imaginación, una especie de ritual de siete preguntas: ¿Qué tanto valor tiene? ¿Fue usada en otro país? ¿Cuántos dueños ha tenido? ¿Quién fue su anterior dueño o dueña? ¿Era una persona limpia? ¿Por cuánto tiempo la usó? ¿Por qué se desprendió de ella?
En este momento Roque Fello está con la chica que cohabita con él desde hace dos noches («5 pies, 6 pulgadas, también la conseguí en el Mirador del Barranco»). En este momento Roque Fello está cavilando con sus siete preguntas.