domingo, 10 de julio de 2011

Vida

Recostado en tu lecho, te preguntabas si vivías alucinando. El siguiente cuestionario galopó hasta tu pensamiento como pieza de un rito lúdico:
¿Puede una estrella tener miedo a la oscuridad?
¿En qué piensa una gota de lluvia cuando se precipita al vacío?
¿Qué siente una maniquí desnuda, esperando a ser vestida para exhibirse?
¿Padece soledad un cajero automático en las madrugadas?
¿Y si el ayer está delante, y el mañana, detrás?
¿A dónde se escondió lo ya vivido?
¿El océano se sustenta con lágrimas de peces?
¿Y qué tal si la cenicienta hubiera sido lesbiana?
¿Y si el poeta se sometiera al lápiz, en vez de someter al lápiz?
¿En qué nevera guardamos las gotas frías antes de ser sudadas?
¿Por qué no empezamos en la muerte, y culminamos en el nacimiento?
Curioseabas. Sus respuestas no eran de tu interés. Esos interrogantes eran simplemente la excusa para corroborar que, como en los viejos tiempos, diástole y sístole seguían co-laborando. Querías asegurar que a tu cerebro aún «lo poseía la poesía».

2 comentarios:

Con tinta violeta dijo...

Muy buena ración de preguntas incoherentes, para recordarnos que los únicos incoherentes en esta vida somos nosotros.
Besos!!!

Yuan dijo...

Paloma:
Quizás la incoherencia es una manera de vivir coherentes. ¿Quién sabe?
Abrazo!