He perdido la lógica de mi niñez y no sé cómo reponerla. Durante mi educación primaria, si necesitaba comprar un pastel acudía a la pastelería, y si me daban permiso para un helado, lo encontraba en la heladería; y si un dulce, en la dulcería. Cuando mi comportamiento era por lo menos aceptable según el estándar de mi padre, me llevaban a la juguetería para premiarme con el juguete de moda.
Por la misma época, la tabla rasa de mi mente grabó su propia versión de sentido común: 1) Las personas mayores gozan de privilegios que carecen los menores. 2) Soy un menor. 3) Tengo que convertirme en persona mayor. Con esa sencilla dialéctica, busqué una mayoría para ser mayor. Contra mis pronósticos, la mayoría en la escuela eran menores de edad, con lo que fracasé en mi primer ensayo de pragmatismo.
Quedé aún más en ridículo cuando le expuse a la profesora que debíamos pertenecer a la infantería puesto que éramos infantes. Mis compañeros se rieron de mí, claro, sin lograr entenderme porque yo los superaba en mis teorías (Teo = Dios).
Mi desilusión fue tal que todos en la escuela decían que mi rostro era cada vez menos risueño. Quise buscar ría por si me otorgaba risa, pero mi lógica de impúber razonaba que si ría precedida de perfume (perfumería) es la tienda donde venden perfumes, ría precedida de nada (ría) debería ser el lugar donde venden nada. Concluí que era imposible que ría me devolviera la risa pues no daba nada. (Años después encontré la palabra nadería. Hoy nadaría en cualquier ría con tal de desenredar este rollo).
Entonces me dirigí a alegría en el diccionario. Mi inexperiencia en el manejo de libros voluminosos hizo que, en lugar de alegría, tomara alergia. Me convertí en hipersensible a las palabras: sabía que me enojaría si alguien me hablaba de calorías o de disentería (que nada tenía que ver con decencias).
Con los años abandoné las prácticas filosóficas de mi infancia y llegué a ser dueño de una librería (no pude instalar una factoría, como era mi deseo, porque ignoraba cómo vender factores). Creo que escogí librería porque, en el fondo, quería ser libre y reconciliarme con las palabras. Entre mis habituales clientes está María, toda una maestría en belleza. Con ella he dejado la pedantería y la altanería para enfocarme en la galantería. ¿Me amaría con mis niñerías? He llegado a pensar que la vida de todos mejoraría si, en vez de buscar mejoras dentro de mejorías, nos zambullimos en el mar de mi cliente favorita. Tal vez así recupere mi sabiduría de párvulo... Debería.
2 comentarios:
Creo que si me demuestras las ventajas lo intenta-ría ;)
Jeje! Necesitaría una ingeniería para comprar más ingenio para responderte.
Te abrazaría si te viera.
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