domingo, 27 de marzo de 2011

Dos

Mañana del sábado. «Mami, tengo dos pesadillas», dice la niña de siete años, acabándose de despertar. La madre aparenta prisa mientras le corrige: «Querrás decir que tuviste una pesadilla». «No, mami, es que tengo dos pesadillas». «Bueno, no me enredes, ya pasó. Luego hablamos, debo salir a trabajar».
La hija piensa que ya no es como antes, cuando entre su madre y ella había complicidad, formando un equipo de dos.
Últimamente, la niña se ha vuelto más soñolienta. Su padre asegura que se debe a que está estudiando hasta tarde. ¿Será?
Tarde del sábado. La niña duerme su siesta. Como siempre, los padres aprovechan para discutir acaloradamente. La mujer se queja de que su matrimonio no es como antes, cuando él y ella formaban un equipo de dos… que la pareja es de dos, no de tres… Reclamos de ella… Contra-reclamos de él. Ella levanta la voz, él levanta el coraje, ambos ven caer su relación.
La madre se da cuenta de los pasos de la niña. Silencio…
«¿Ya te despertaste, mi amor?».
«Sí, pero voy a dormir otra vez... Me gusta más la otra».
«¿La otra qué?».
«Te dije que tengo dos».

domingo, 20 de marzo de 2011

El tiro de gracia

Polvo y lodo es lo que queda de Villa Soledad. Todos los aldeanos la han abandonado, huyendo de la violencia institucional; todos, desde el alcalde hasta el cura. La vieja iglesia de la Virgen de los Dolores aún muestra sus puertas abiertas, acogiendo sólo recuerdos. De vez en cuando la guerrilla pasa a guarecerse adentro. Su comandante es un misterioso hombre barbudo que nunca suelta su fusil ni su libro grueso y gastado.
Ese día, el viento cuaresmal lleva a un agotado pelotón del ejército a rondar por la aldea. Al frente va el coronel, famoso por sus sanguinarias torturas. Emboscada: tres minutos de fuego cruzado. Todos los soldados caen abatidos, sorprendidos por los francotiradores.
Al bajar la polvareda, retorna el silencio. Apenas se oye el gemido del coronel, herido de muerte en las escalinatas del atrio. Suplica: «Por favor, no me dejen morir así, soy católico…». El comandante guerrillero se acerca, se inclina ante el moribundo, diciéndole: «Hoy haré tres favores: un alivio a la patria, un alivio a tu espíritu y un alivio a tu cuerpo». Traza la señal de la cruz: «“Vale por mil un día en tus atrios y prefiero quedarme en el umbral, delante de la casa de mi Dios”. Si quieres morir en gracia, aquí estoy, hijo mío. Ave María purísima…». Sigue un diálogo en susurros, y más tarde… la absolución. Luego de la confesión, un «sacrificio de alabanza», un agudo silbido retumba en la capilla: el tiro de «gracia».

domingo, 13 de marzo de 2011

¿Por qué rías?

He perdido la lógica de mi niñez y no sé cómo reponerla. Durante mi educación primaria, si necesitaba comprar un pastel acudía a la pastelería, y si me daban permiso para un helado, lo encontraba en la heladería; y si un dulce, en la dulcería. Cuando mi comportamiento era por lo menos aceptable según el estándar de mi padre, me llevaban a la juguetería para premiarme con el juguete de moda.
Por la misma época, la tabla rasa de mi mente grabó su propia versión de sentido común: 1) Las personas mayores gozan de privilegios que carecen los menores. 2) Soy un menor. 3) Tengo que convertirme en persona mayor. Con esa sencilla dialéctica, busqué una mayoría para ser mayor. Contra mis pronósticos, la mayoría en la escuela eran menores de edad, con lo que fracasé en mi primer ensayo de pragmatismo.
Quedé aún más en ridículo cuando le expuse a la profesora que debíamos pertenecer a la infantería puesto que éramos infantes. Mis compañeros se rieron de mí, claro, sin lograr entenderme porque yo los superaba en mis teorías (Teo = Dios).
Mi desilusión fue tal que todos en la escuela decían que mi rostro era cada vez menos risueño. Quise buscar ría por si me otorgaba risa, pero mi lógica de impúber razonaba que si ría precedida de perfume (perfumería) es la tienda donde venden perfumes, ría precedida de nada (ría) debería ser el lugar donde venden nada. Concluí que era imposible que ría me devolviera la risa pues no daba nada. (Años después encontré la palabra nadería. Hoy nadaría en cualquier ría con tal de desenredar este rollo).
Entonces me dirigí a alegría en el diccionario. Mi inexperiencia en el manejo de libros voluminosos hizo que, en lugar de alegría, tomara alergia. Me convertí en hipersensible a las palabras: sabía que me enojaría si alguien me hablaba de calorías o de disentería (que nada tenía que ver con decencias).
Con los años abandoné las prácticas filosóficas de mi infancia y llegué a ser dueño de una librería (no pude instalar una factoría, como era mi deseo, porque ignoraba cómo vender factores). Creo que escogí librería porque, en el fondo, quería ser libre y reconciliarme con las palabras. Entre mis habituales clientes está María, toda una maestría en belleza. Con ella he dejado la pedantería y la altanería para enfocarme en la galantería. ¿Me amaría con mis niñerías? He llegado a pensar que la vida de todos mejoraría si, en vez de buscar mejoras dentro de mejorías, nos zambullimos en el mar de mi cliente favorita. Tal vez así recupere mi sabiduría de párvulo... Debería.

domingo, 6 de marzo de 2011

SOS Robinson Crusoe

Inicio el décimo mes de supervivencia en esta isla. Mis dedos ya escriben solos, sin requerir órdenes de controles superiores. Perdí la cuenta de los papelitos escritos, mensajes que he ido depositando en las tripas de botellas confidentes. Sigo arrojándolas para que las solitarias olas las transporten lejos, hacia la vista de alguna persona orillada. La distancia que alcanzan mis lanzamientos es cada vez más corta... ¿debido a la escasez de mis fuerzas internas? La ausencia de respuesta provoca refugiarme en animales exóticos de cuatro, seis, ocho y hasta cien patas, que se reproducen con descaro. Mi barriga, mi encierro y mi cerco aumentan a tal punto que temo ir más allá: estoy sitiado por vidrios rotos. Con todo, no he dejado de descorchar garrafas de vino, y continuo destapando botellas de cerveza en el Midtown de Manhattan.