domingo, 30 de enero de 2011

Broma en contumacia

Ayer me desperté con maliciosas ganas de hacer «travesuras de grandes ligas». Pronto llegué a las oficinas del periódico de mayor circulación nacional. Pagué por colocar una esquela mortuoria. Yo, amigo de las rebajas, no pude conseguir un precio menor: con la muerte no se regatea. Puse mi nombre en el lugar del difunto; nombres de los deudos: el de mi esposa y los de mis tres hijos; fecha de fallecimiento: el día de ayer. Pasé todo el día con impaciencia disimulada: buscaba apresurar la llegada de hoy para abrir el periódico.
Esta mañana me desperté muy temprano con incontenibles ganas de tomar el periódico. Aguardé a que mi esposa saliera con los niños al colegio, y entonces, en el silencio cómplice de mi alcoba, lo vi: mi anuncio necrológico publicado en tres columnas por dos pulgadas.
Decidí no ir a trabajar, para esperar la reacción de mis colegas. Me cercioré de que el celular estuviera con buena carga y cobertura. ¿Quién será la primera «víctima» de mi broma? ¿Quién llamará para preguntar?
Volaron las horas y nadie llamaba, ni de mi oficina, ni del colegio, ni mi madre, ni siquiera mi propia esposa, envuelta en no sé qué asuntos de su despacho. Empecé a sentirme extraño... ¡Imposible que ninguno de mis conocidos haya leído el periódico!
Llegó la noche y yo seguía solo en casa, con el teléfono mudo, y con una angustia que crecía a pasos de elefante...
En un instante me desperté: con suspirado alivio, me percaté de que sólo era un sueño. ¡Menos mal! Me levanté para contar a mi mujer mi singular broma onírica. Fue cuando me di cuenta de que ella había salido con los niños para el colegio. Solo, pero sin las incontenibles ganas que tenía en el sueño, tomé el periódico de modo rutinario. Entonces lo vi: mi aviso funerario publicado en tres columnas por dos pulgadas.
Pensando que era un segundo sueño, me lavé la cara con agua fría y me senté a pasar el tiempo, para despertarme. Nadie llamó, ni de mi trabajo, ni del colegio, ni siquiera mi esposa. El teléfono nunca sonó. Las horas se arrastraron a pasos de caracol...
Todavía no sé si sigo soñando o es una chanza. Lo cierto es que esta soledad angustiosa me va ganando parcelas. Hace ratos que me muero por marcar el celular de mi mujer, pero por más que lo intento no logro alcanzar mi teléfono.

domingo, 23 de enero de 2011

Dañados

Cuando yo era un niño, mi padre me mandó donde el relojero para que arreglara un reloj dañado, y donde el zapatero para arreglar unos zapatos dañados. Desde entonces lo tenía claro... Hoy he ido a la tienda por departamentos. Pregunté por un florero. Los que estaban disponibles eran de plástico o cerámica, no tenían pinta de saber arreglar mi flor dañada. Decepcionado, fui a sentarme para tomar un café. El gerente del lugar ordenó a un mesero: «Arregla la mesa para que el señor pueda sentarse». Ahí se me despertó la duda: yo, como ingeniero, ¿no debería dedicarme a arreglar ingenios? ¿Y ese camarero por qué no estaba arreglando cámaras?
No pude apreciar el aroma del café que me trajo el caballero (no le pregunté qué tal le iba arreglando caballos), pues me sumergí en unas cavilaciones: «¿Los terroristas contratan a los bomberos para que les enseñen a arreglar bombas dañadas? ¿Para qué son los bucaneros si lo que necesito es un bacanero que arregle a las personas que fueron bacanas y que ya no son? ¿No deberían los prisioneros ser expertos arreglando prisiones? ¿Febrero es el mes que arregla fiebres dañinas o dañadas? ¿Un mal agüero no arregla bien las aguas? ¡Qué desolada sería una sombra dañada sin un sombrero doliente que la arregle!»…
Mientras me disponía para pagar el café, me preguntaba cómo el dinero arreglaba dinas sin necesidad de dinamómetros.
Ya montado en mi carro, encendí la radio. Sonaba una canción de mal gusto, a mi parecer. «Tal vez esa canción tendría arreglo si acudiera al cancionero».
Me detuve frente a un semáforo en rojo. Un mendigo me tocó la ventanilla en actitud suplicante. Hurgué en mi bolsillo y me topé con mi llavero que no portaba llaves dañadas para arreglar. Cuando saqué mi monedero vi que no contenía monedas dañadas. Tuve que darle al pordiosero (¿encargado de arreglar «¡por Dios!»?) un par de monedas no dañadas, de muy poca monta, pues siempre he sido un hombre tacaño y usurero sin saber arreglar la usura. Sólo espero que aquel limosnero pueda arreglar mi limosna dañada.

domingo, 16 de enero de 2011

Siguiendo instrucciones

Después de cruzar varias calles, dobló en la Av. Máximo Gómez. Tenía prisa. Tomando la Gómez como referencia, dobló una esquina tras otra, para colocarse de frente a Paseo de los Locutores. Ahí mismo dio la vuelta por el bulevar Winston Churchill, y enseguida en la John F. Kennedy, como quien va rumbo al Jardín Botánico. Finalmente cortó por Arroyo Hondo, en los alrededores de Camino Chiquito, y dejó al descubierto una parte del Centro Olímpico atravesada por una inconfundible línea recta... Las instrucciones del libro de papiroflexia no resultaron tan confusas: a la vuelta de unos cuantos dobleces, aquel mapa viejo de Santo Domingo quedó transmutado en una refinada pajarita.

domingo, 9 de enero de 2011

Chaused, el vaso de papel

Las copas finas, ésas que se usan en ocasiones especiales para los vinos añejos, habitan los estantes superiores de la cocina. Los vasos desechables, ésos que se usan para las bebidas ordinarias, se amontonan en bolsas en cualquier rincón.
Cuando alguien se siente superior a otro, su mirada —de arriba hacia abajo— se convierte en altanera porque está distorsionada. Así miraban algunas de las copas finas a un vaso de papel que, por descuido, se dejó rodando por el piso de la cocina. Pobre Chaused (así se llamaba aquel vaso): ya había sido usado; pero, rodando olvidado por el suelo, nadie le hacía caso. Sólo las copas superiores lo miraban, con esos ojos de arriba hacia abajo.
Josué, el niño de la casa, celebraba la fiesta de Reyes. Sus padres se tomaron el día para pasar largos ratos jugando con él. Pronto vendrán los amigos de Josué acompañados de sus madres, y algunos, hasta de sus padres. Mientras tanto, Josué jugaba a las escondidas. Corriendo cruzó por la cocina, buscando algún refugio secreto para esconderse. Sin querer, ha pateado a Chaused. Pobre Chaused: nadie parecía percatarse de su presencia; sólo las copas superiores que, viendo cómo fue pateado, no se contenían sus risas.
Josué, intentando encontrar un escondite, volvió a pasar con rapidez por la cocina. Esta vez, su correría le hizo tropezar con el estante de las copas finas. Una de ellas cayó al piso, ante la mirada atónita de las otras copas. Pensaban que iban a presenciar a su compañera quebrarse en pequeños pedazos, pero... ¡sorpresa! ¡La copa cayó justo sobre Chaused, que logró amortiguar el golpe! La copa caída ni siquiera tuvo rasguños. Pobre Chaused: evitar que la copa se rompiera le provocó un gracioso abollado.
Asustado por la repentina caída de la copa, Josué llamó a sus padres. Cuando la mamá vio la copa intacta en el suelo, sabiendo que el vaso había amortiguado el golpe para salvar la copa, sencillamente dijo: «¡Qué bonita sonrisa tiene este vaso! ¡Es justo lo que necesitaba para la fiesta de hoy!».
El padre de Josué recogió la copa y levantó el vaso del suelo... Después de unos retoques, lo que era un gracioso abollado se convirtió en una graciosa sonrisa: Chaused fue transformado en la cabeza de un simpático títere.
Ese día las copas aprendieron alguna lección. Nunca más volvieron a reírse de Chaused; pero eso sí: ahora cuando presencian —desde su palco preferencial— las funciones cómicas del títere Chaused, no pueden contenerse y se ríen con él... y le aplauden chocándose unas con otras.

domingo, 2 de enero de 2011

Copos

La tierra estaba herida. El cielo arrojó algodones para curarla... Nueva York se pinta de blanco.
¿Será que arriba hay un gigante que cada cierto tiempo refresca su cabeza con champú anticaspa?
¿Acaso será polen del cielo capaz de fecundar y engendrar ángeles?
¿Desfilará la Emperatriz Celestial, y los bienaventurados lanzan pétalos albos?
¿O será que el Divino otorga permiso a los ángeles de la paz para jugar una guerra de almohadas y están soltando todas las plumas?
¿O esta ciudad es el rostro de un mimo que cada año, entre otoño y primavera, se maquilla para algunas funciones?
¿Será que en días frígidos se barre la bodega que almacena la harina para los «panes bajados del cielo»?
¿O en invierno también hace frío encima de las nubes y despluman una colosal gallina para un angelical caldo de pollo?
En realidad, ella es la juiciosa catequista bajada para instruirnos: nos impulsa a contemplar el cielo con admiración, sin dejar de mirar el suelo con precaución.