domingo, 28 de diciembre de 2008

El libro que se negaba a abrirse de noche

Había una vez, en una habitación, un libro que le tenía miedo a la noche. Durante el día, se abría para todos sus lectores; pero cuando la oscuridad llegaba con el descanso del Sol, el libro se negaba a abrirse.
«Es que siento mucho miedo a la falta de luz», confesaba casi temblando.

Muchos querían ayudarle a perder su temor. La lámpara de la mesita de noche le prometió alumbrarlo. Pero el libro insistía:

«Es que prefiero encerrarme.»

La linterna también se ofreció para iluminarlo. Pero el libro alegaba:

«Es que no me gusta la luz artificial.»

Entonces, la vela se puso a sus órdenes. Pero el libro recalcaba:

«Es que tengo miedo de que el fuego queme mis hojas.»

El bombillo, la luz fluorescente, la lámpara de aceite, todos ellos trataban de animar al libro. Pero él estaba empeñado en su pavor nocturno.

El libro no conocía a la Luna, pues ésta normalmente dormía de día (cuando el libro se abría para todos); y en las noches, al estar el libro dentro de un cuarto, no lograba percibir a la Luna que se paseaba en el exterior de la casa.

Un día, de esos raros en que la Luna se aparecía fuera de su horario vespertino, el libro alcanzó a ver a la Luna por la ventana. La Luna lo saludó:

«Buenos días, precioso libro.»

El libro, tímidamente la miró, quedó prendado de su belleza:

«¿Quién eres tú, con esa luz tan hermosa?»

«Me llaman Luna», respondió ella con una sonrisa.

«Mucho gusto, Luna; pero ¿por qué no te había visto antes?»

«Es que normalmente salgo por las noches, y en esos momentos estás muy encerrado.»

El libro se justificó:

«Tengo miedo de la noche… ¿Tú no?»

«Aprendí un secreto para no temer la oscuridad», respondió la Luna.

«¿Te fías de las lámparas?», le preguntó el libro.

La Luna se rió:

«No me refería a eso.»

El libro, desconcertado, se atrevió a seguir indagando:

«Y entonces… ¿Puedo saber cuál es tu secreto?»

«Descubrí que los ojos de las personas, cuando me ven de noche, brillan. Y ese brillo me alumbra y me da seguridad.»

La Luna continuó:

«¿Por qué no pruebas a abrirte de noche para que los ojos te lean? Vas a ver que los ojos que te leen tienen un brillo que ahuyenta la oscuridad.»

El libro quedó muy agradecido con la sugerencia de la Luna.

Justo en esa noche, el niño de la habitación fue a buscar el libro. Cuando el pequeño lo tomó, el libro estaba temeroso; pero, recordando el consejo de la Luna, se dejó abrir.

Abriéndose, se dio cuenta de que no había oscuridad, pues los ojos del niño brillaban de tal manera que ahuyentaba todo miedo.

Entonces el libro descubrió que el brillo de los ojos era más intenso porque él mismo, siendo libro, tenía luz propia.

«¡Gracias, Luna!», dijo con voz callada.

La Luna, en algún lugar del universo, cerró un ojo en un guiño de complicidad, y le envió un rayo de su luz propia.



Título del próximo cuento: EL LADRONCILLO DE SOMBRAS
Se posteará: domingo 4 de enero

domingo, 21 de diciembre de 2008

Como estamos en temporada de Navidad, recordando a un niño singular nacido para trascender la historia, he decidido compartir cuentos "infantiles" en estas tres semanas. Aunque sean"infantiles", espero que la gente "grande" también los pueda digerir. Después de todo, el mismo Jesús nos enseñó que hay que ser como niños para estar en la lista de su reino.

Bla bla bla

Aquella tarde, como siempre, el niño Juan Francisco se subió al autobús en la parada del colegio para volver a su casa situada en el pueblo de “Hacen hacen y no dicen”. Estaba tan cansado ―pues había hecho muchas labores en las clases―, que decidió cerrar sus ojos. Como era precavido, antes de dormirse, le pidió al chofer que lo despertara cuando llegaran a “Hacen hacen y no dicen”. El conductor con mucha cortesía le garantizó que «así será, pues estamos para servir a nuestros usuarios, que los deseos de nuestros clientes son leyes sagradas para nosotros, bla bla bla».
Poco a poco, el sueño fue envolviendo al pequeño.
Un sacudión lo despertó. Cuando miró por la ventanilla, no reconoció el paisaje. Estaba entrando a un pueblo desconocido, con muchos hoyos en la carretera; de hecho, el sacudión se debió a uno de ésos. Juan Francisco se acercó al chofer, que seguía tranquilamente en su puesto, para preguntarle sobre “Hacen hacen y no dicen”. «Hace rato que pasamos por ese pueblo; ahora estamos llegando a “Dicen dicen y no hacen”, mi pueblo natal», respondió sin mirar al niño. Éste le reclamó: «Pero ¿por qué no cumplió su promesa de despertarme en “Hacen hacen y no dicen”?» A lo que el otro respondió malhumorado: «Me contrataron para conducir, no para despertar a niños dormilones y bla bla bla...»
El autobús se detuvo en su última parada: el pueblo de “Dicen dicen y no hacen”. Ahí se bajó el niño con temor. Sacó su celular para llamar a su casa, pero una voz grabada de la compañía de teléfonos indicaba: «Lo sentimos, estamos arreglando nuestras redes, les prometemos que pronto… bla bla bla».
Sin conocer a nadie, empezó a caminar. Vio una señora que llevaba un bolso de compras. La saludó para contarle su situación. Ella le contestó: «¡Pobre muchachito! No te preocupes, que te vamos a ayudar. Aquí siempre ayudamos… bla bla bla». Pero la señora le dio la espalda y seguía comprando y comprando.
Juan Francisco acudió a un profesor que salía de una universidad. Al pedirle ayuda, el maestro dio una lección sobre la importancia de ayudar a orientar a los niños que son el futuro de la sociedad y bla bla bla…
El niño estaba desconcertado. Se echó a correr por las calles de “Dicen dicen y no hacen”. Se asombraba de todo lo que veía: hoyos en las calles, viejos letreros del ayuntamiento prometiendo tapar los hoyos en las calles, cartelones con fotos de políticos sonrientes en campaña… muchos letreros de todo tipo de mensaje… Bla bla bla.
Abordó a uno que parecía un estudiante con su mochila en la espalda. El joven, como si fuera guía turístico, le explicó que en “Dicen dicen y no hacen” siempre había campaña política porque era importante escuchar las promesas, porque ellos vivían de las promesas y bla bla bla. Sacando de su mochila un diploma enmarcado, le aseguró a Juan Francisco: «Aquí lo importante es hablar muy bien. Yo hice un curso de oratoria y me gradué con honores. Puedo recitarte en perfecto inglés el discurso de Martin Luther King sobre tener sueños, o si quieres te digo de memoria “Las Confesiones” de San Agustín, o mejor… bla bla bla». Juan Francisco estaba sumamente extrañado, pues en “Hacen hacen y no dicen” le habían enseñado a no alardear de las propias virtudes y “que no sepa tu mano derecha lo que hace tu izquierda”.
En eso, vio a un policía. El chiquillo dejó al muchacho hablando, y se acercó al agente. Después de escuchar a Juan Francisco, el policía le exigió acompañarlo a la comisaría, ya que el caso parecía muy raro.
En el cuartel de policía, realizaron un largo interrogatorio al pequeño: «Bla bla bla». Uno de los policías susurró a sus compañeros: «Podríamos encarcelar a este niño, puesto que nuestras prisiones están vacías porque prometemos atrapar a los delincuentes pero bla bla bla». Juan Francisco no podía creer lo que estaba sucediendo: sólo quería regresar a su casa en el pueblo de “Hacen hacen y no dicen”. Como era la policía de “Dicen dicen y no hacen”, por supuesto que se quedaron en palabrerías y no aprisionaron al pequeño.
Nuevamente, asustado y extrañando a sus padres, Juan Francisco deambuló por las calles. Miraba las casas descuidadas, las personas con caras largas, los parques sucios. Sólo leía vallas saturadas de muchas palabras escritas, y oía el constante cuchicheo de la gente de “Dicen dicen y no hacen”: «Bla bla bla».
De repente, un sonido diferente le resultó familiar al niño: era la bocina del autobús del colegio. ¡Ahí estaba en la parada, justo para partir! Juan Francisco corrió con todas sus fuerzas. Descubrió que el chofer era otro. «Señor, ¿este bus llega a “Hacen hacen y no dicen”?». «Por supuesto que sí, ¡y tú eres Juan Francisco!», le respondió el nuevo chofer con alegría. «Te conozco porque soy de “Hacen hacen y no dicen”. Allá todos están preocupados por ti. Te llevaré a casa».
El niño se sentó al lado del buen chofer. El vehículo no se detuvo en ninguna parada, porque el conductor tenía prisa por llevar al niño a su casa. Incluso comunicó por radio que había encontrado a Juan Francisco.
Del pueblo del dicho al pueblo del hecho había mucho trecho. Al arribar a “Hacen hacen y no dicen”, Juan Francisco se echó a llorar. El pueblo lucía engalanado; todos estaban en la estación de buses para darle la bienvenida. El niño vio a sus padres que tenían lágrimas de alegría. La madre lo abrazó fuertemente. Juan Francisco comenzó a decir: «Perdóname, mami, te explico lo que me pasó…» Pero la madre no lo dejó terminar. Sólo lo abrazaba, como diciéndole: «No me tienes que explicar nada. Me alegro de que estés bien. Te amo».
En ese momento, Juan Francisco entendió por qué “Hacen hacen y no dicen” era tan diferente a “Dicen dicen y no hacen”.


Título del próximo cuento: EL LIBRO QUE SE NEGABA A ABRIRSE DE NOCHE
Se posteará: domingo 28 de diciembre

domingo, 14 de diciembre de 2008

Ventrílocuo

Los cronistas de sociales y espectáculos no dejaban de comentar sobre ellos. Cuando la marioneta hablaba, el titiritero no movía su boca; y cuando éste hablaba, la marioneta no movía su boca. Impresionante. Formaban la pareja perfecta: ambos unidos por finos hilos, nunca hablaban al mismo tiempo.
Una noche, algún enemigo cortó los hilos. Desde entonces no hubo más funciones.
La marioneta ya no habla; pero el titiritero tampoco. Por eso, al día de hoy, nadie sabe en realidad quién era el ventrílocuo de quién.


Título del próximo cuento: BLA BLA BLA
Se posteará: domingo 21 de diciembre

domingo, 7 de diciembre de 2008

Crisis de identidad

Érase una vez… “una vez” que fue “dos veces”. Y no sabía si había dejado de ser “una vez” o era ella misma “dos veces”. Y se paralizó sin atreverse a seguir adelante, pues temía llegar a “tres veces” y confundirse más.


Título del próximo cuento: VENTRÍLOCUO
Se posteará: domingo 14 de diciembre