Anoche me dormí de costado. Quizás esa fue la razón del extraño sueño. Soñé que me encontraba en una pizzería, y justo cuando ordenaba una porción me di cuenta de que sólo atinaba a ver la pizza de lado, no de frente. Pensé que era por la perspectiva de mi estatura, de modo que me empiné para visualizar; pero desde cualquier ángulo yo sólo veía la pizza de costado. No podía saber si era de pepperoni y picantino o hawaiana con piña. De todas maneras saqué mi billetera para pagar, pero era incapaz de ver los billetes de frente, incluso las monedas se me presentaban de canto.
Me dispuse a montarme en mi carro, acercándome al vehículo por su flanco, como debía ser. El problema era que su puerta, cerrada, por extraño que parezca, estaba de costado, perpendicular al carro. Abandoné la idea de conducir, no sólo porque no pude entrar al carro, también me fijé que nada más veía los automóviles de costado: me era imposible notar los vehículos que venían de frente.
Para colmo, todas las personas estaban de perfil. Unos peatones intentaban verme de frente, pero sus esfuerzos resultaron estériles: irremediablemente yo sólo los podía contemplar de perfil. Entonces me miraban horrorizados como si yo fuera el culpable de su «lateralidad».
A veces me agradaba la idea de observar la gente sólo de perfil. Algunas féminas se tornaban más agraciadas debido a las siluetas sinuosas que se percibían desde esa óptica; pero no podía apreciar si aquélla que me miraba sufría de estrabismo o no.
Tenía que telefonear a mis amigos para contarles el fenómeno, pero por más que traté no pude colocar el celular de frente. Entonces pensé en lo aburrida que sería una vida mirando el televisor, la computadora y el espejo solamente por sus lados.
Agobiado por esa vida «lateralizada», quise refugiarme en mi casa. Todo iba peor: sólo veía mi casa de lado, no era capaz de ver su fachada delantera ni de dar con la puerta frontal. Me quedé fuera de casa, esperando. Saqué un libro de bolsillo para leer y matar el tiempo, pero ¿cómo aprovechar un libro si sólo lo podía mirar por el lomo? Empezó a llover. Las gotas me golpeaban lateralmente...
Hasta aquí lo que pude recordar del sueño. Esta mañana quise contarlo a mi esposa, pero me contuve. Si le hubiera narrado mi sueño, seguro que me habría dicho que eso me pasaba por no asumir las cosas de frente, evitando encarar los problemas, por siempre irme por la tangente y vivir al costado. No quise enfrentar una discusión con ella, por eso vine.
Creo que mi mujer tiene razón: confieso que he pasado por la vida sólo de lado... ¿Cuál fue la penitencia que usted me puso? ¿Empezar a afrontar mis realidades? La próxima vez intentaré confesarme de frente a usted.
A Jesús de Nazaret, creador de cuentos que no son puros cuentos, sino cuentos puros de Verdad... A Laura, creamos juntos un relato que no es corto, sino hasta que la muerte nos una más.
domingo, 27 de febrero de 2011
domingo, 20 de febrero de 2011
Histeria
Se despertó sobresaltada de su siesta. De casta neurótica, era imposible no volverse histérica oyendo tantos disparos en la calle. «¡Ha estallado la guerra! ¡Y me han dejado sola!». Detonaciones por todas partes: la ciudad envuelta en tumulto total.
Telefonea a Jorge, pero el ruido exterior no le permite distinguir nada del otro lado del auricular. Las explosiones son cada vez más cercanas y fuertes, y su miedo se convierte en terror. Ni se atreve a acercarse a la ventana… ¿Para qué arriesgarse?
Sus manos tiemblan, las lágrimas ruedan, su corazón se descontrola en una mente nublada.
Al fin se asoma una idea: se conecta al noticiario. «¡Hoy se inaugura el carnaval!». Entiende la confusión. Se sienta a reír y llorar. Se calma. Afuera siguen las explosiones. Carnaval.
Decide salir a «botar el golpe». Cuando abre la puerta, alguien le roza el pantalón llamando su atención. Volteándose, se encuentra con un revólver apuntándole a la cara. «¡Bang! ¡Estás muerta!», dijo su vecinito de cuatro años, disfrazado de cowboy, con la fatal «pistolita» que encontró por ahí.
Telefonea a Jorge, pero el ruido exterior no le permite distinguir nada del otro lado del auricular. Las explosiones son cada vez más cercanas y fuertes, y su miedo se convierte en terror. Ni se atreve a acercarse a la ventana… ¿Para qué arriesgarse?
Sus manos tiemblan, las lágrimas ruedan, su corazón se descontrola en una mente nublada.
Al fin se asoma una idea: se conecta al noticiario. «¡Hoy se inaugura el carnaval!». Entiende la confusión. Se sienta a reír y llorar. Se calma. Afuera siguen las explosiones. Carnaval.
Decide salir a «botar el golpe». Cuando abre la puerta, alguien le roza el pantalón llamando su atención. Volteándose, se encuentra con un revólver apuntándole a la cara. «¡Bang! ¡Estás muerta!», dijo su vecinito de cuatro años, disfrazado de cowboy, con la fatal «pistolita» que encontró por ahí.
domingo, 13 de febrero de 2011
La otra
Ella y él se conocían desde el Bachillerato. Ella era «la chica más hermosa del mundo», la inalcanzable, la más deseada. Y él era el más admirado, el popular, por quien suspiraban todas las ellas. Él se enamoró de ella y ella lo idolatraba. Hoy, después de tantos años juntos, queriéndose, ella siente que lo está perdiendo por culpa de la otra y no encuentra manera de retenerlo. Él parece abstraído en su otro mundo. «¿Cómo podré explicarle que me he enamorado de otra?», está cavilando ella.
domingo, 6 de febrero de 2011
Hotel de paso
Los sueños habitan el aire. Son como ondas que gustan de vacaciones, y cada cabeza en donde se incrustan es un género de hotel de paso. Los sueños acechan alrededor de todos los colchones del mundo, buscando pernoctar sin permiso en alguna indefensa cabeza. Y si son camas de hotel se corre un riesgo: que un sueño que haya callejeado la víspera en una cabeza de mujer quiera introducirse ahora en una testa masculina. En la última noche de mi primer crucero, por ejemplo, soñé que yo salía en alguna cita idílica con un hombre de apariencia tarahumara (me he familiarizado con esa pinta porque estoy suscrito a una revista de etnografía). En la mañana pedí a mi mujer que me relatara lo que ella había soñado durante la noche. Mi amada negó haber tenido sueño alguno en el crucero. Eso lo explicaba todo: mi sueño fue uno que debió entrar en la cabeza de mi esposa, pero se adentró en mi cerebro por error, quizás porque ese sueño tenía sueño, y ya se sabe cómo se equivoca uno cuando anda cabeceando. Todo resuelto... Sólo me quedó una curiosidad: ¿se habrá mudado algún tarahumara en nuestro vecindario?
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