Aunque ya la noche se había adentrado profundamente, salió de su morada en dirección al centro de la ciudad. Tuvo una extraña sensación dentro de su pecho. Dobló en la avenida Cristo Redentor; fue ahí donde sintió deseos de tomarse una cerveza bien fría, pero no estaba seguro de que debía hacerlo. «Todavía tengo sueño». Intentó ignorar todas las distracciones para concentrarse en llegar pronto a la oficina de su abuelo, el coleccionista de antigüedades. El viejo había muerto hacía treinta y tres días, y le dejó como herencia su millonaria «colección de esqueletos de fantasmas», minuciosamente inventariada hasta en sus más ínfimos detalles. Más por curiosidad que por ambición, se dirigió con impaciencia a la sala indicada por el testamento, para tomar posesión de la extraña herencia que, según el documento, estaba celosamente atesorada en vitrinas de estilo victoriano, dispuestas en forma de espiral en el ala sur de la sala. Entró y prendió la lámpara cubierta de telarañas, colgada de la cornisa... «Vitrinas vacías... Ya decía yo que el viejo andaba mal de la cabeza. Los fantasmas no tienen esqueletos. Eso lo saben hasta los chinos de Bonao. ¡Es absurdo! Claro: cualquiera puede ganar un concurso de pintar dragones con realismo, porque los dragones no existen. Cualquiera puede alegar que estas vitrinas guardan osamentas invisibles de fantasmas, porque sencillamente ¡los fantasmas no existen! No sé ni por qué vine para acá a perder tiempo... ¡y a estas horas!».
Apagó la lámpara y salió como vomitado de la sala. Intentó ignorar todas las distracciones para concentrarse en llegar pronto a su casa. «Tengo una acumulada falta de sueño». Le nacieron ganas de saborear una cerveza bien fría, pero dudaba de poder hacerlo. Apenas sorbió un par de tragos, y dejó el suelo mojado. Fue ahí cuando tuvo esa extraña sensación dentro de su pecho. Palpó una masa dura que sobresalía arriba de su costado. «¿Tenía razón mi abuelo cuando me dijo anoche que...? ¡No puede ser! ¡Tengo costillas!». Corrió despavorido por la avenida Cristo Redentor en dirección hacia su morada habitual, al lado del nicho de su abuelo.
Apagó la lámpara y salió como vomitado de la sala. Intentó ignorar todas las distracciones para concentrarse en llegar pronto a su casa. «Tengo una acumulada falta de sueño». Le nacieron ganas de saborear una cerveza bien helada, pero dudaba de poder hacerlo. Apenas sorbió un par de tragos, y dejó el suelo mojado. Fue ahí cuando tuvo esa extraña sensación dentro de su pecho. Palpó una masa dura que sobresalía arriba de su costado. «¿Tenía razón mi abuelo cuando me dijo anoche que...? ¡No puede ser! ¡Tengo costillas!». Corrió despavorido por la avenida Cristo Redentor en dirección hacia su morada habitual, al lado del nicho de su abuelo.