domingo, 24 de abril de 2011

Uno más

Disfrazado de paisano, Dios bajó a la feria como uno más. Tomó un cartón de bingo para jugar. Sabía perfectamente cuál cartón iba a ganar, pero prefirió escoger otro. Así, cuando otro paisano gritaba «¡bingo!», el disfrazado sonreía.


Así fue, tal como me lo soñé la otra noche. Feliz Pascua para todas las personas que tienen un paisano a su lado.
Yuan

domingo, 17 de abril de 2011

Ficción de vida, muerte y espejos

Me distraía leyendo en mi mecedora cuando mi bisnieto, curioso, me lanzó una de sus temidas preguntas: «Tata grande, ¿qué es la muerte?».

Aproveché la oportunidad para contagiarle la leyenda: «Cada vez que un ser humano nace, se adentra en un enorme espejo y empieza a caminar. Hay quienes avanzan con un ritmo más veloz que otros; pero para todos, la vida es un camino hacia la salida del espejo. La mayoría de las personas llega a esa puerta de salida después de muchos años. Otros arriban allá a más temprana edad, tal vez porque nacieron cerca de la salida. Una vez atravesada esa puerta, se internan en otro espejo. A eso le llamamos muerte. Sin embargo, existe una manera de volver al primer espejo: siempre que recordamos a las personas que han alcanzado la salida, ellas regresan con nosotros, a nuestras mentes. Viven en lo que llamamos recuerdo, que no es más que otra cara del mismo espejo».

Mi bisnieto me miró como recordando a alguien, y sonrió. Al ver su rostro risueño, caí en la cuenta de que aún no tenía ningún bisnieto: yo apenas estaba criando una hija de nueve meses.

Sólo entonces decidí escribir este cuento que estás leyendo, del cual formamos parte mi bisnieto y yo, dos simples personajes de ficción. ¿Lo leerá algún día mi hija, que no existe más que en la imaginación del autor de este cuento?

domingo, 10 de abril de 2011

Palillos

Sujetado entre cuatro dedos de la diestra, el par arrastraba el arroz desde el cuenco hasta la boca. Uno de los dos se quebró cerca de su extremo puntiagudo. Fue sustituido por otro que también resultó roto. Al siguiente sustituto le sucedió lo mismo. Así unas cuatro veces más: cada palillo nuevo terminaba partido en su primer giro con la yema del índice. Aturdido, el monje se retiró donde su maestro para pedir consejo. «No sustitutos para palillos que se rompen... sino cambiar el palillo que nunca se ha partido», sugirió el anciano. La recomendación del maestro fue acatada por el monje. Al día siguiente todos en el monasterio se sentaron en el suelo, como siempre, para el almuerzo comunitario. Cuando nuestro personaje se dispuso a comer de su tazón de arroz, uno de los palillos nuevos comenzó a rasgarse. A ninguno de los presentes se le ocurrió pensar que no se trataba de cambiar palillos, sino de cambiar uno de los comensales.

domingo, 3 de abril de 2011

El Sol no suele asolearse

Fue en mi turno como guardián de la costa cuando me asombré viendo al Sol que se acercaba. Le interrogué si venía en son de paz. Me respondió que sólo quería aterrizar para bajar a la playa. Le pregunté que para qué. Alegó que deseaba tostarse su piel en la playa porque había oído sobre lo popular que resultaba aquello. Traté de explicarle lo absurdo que sería autobroncearse con sus propios rayos. Creo que lo convencí más o menos: logré que se quedara en el cielo, aunque no sé por cuánto tiempo más. Ahora me invade la sospecha mientras veo el Sol aumentar de tamaño, sobre el mar, en cada crepúsculo.